domingo, 24 de enero de 2010

Cuando sobreviene la luz...

Lo juro, es cierto. Uno es profeta de sí mismo y elige los evangelios que le darán promesa.
Psep, suena poético, romántico, lindo... bastante new age. Pero no me refiero a eso.

Uno calladamente elige entre la letra que le toca en suerte, aquellos fragmentos que lo alejan, o lo acercan, a una más profunda realización de sí mismo. Por eso hay que estar atentos a la letra chica, la que tiene menos prensa, la que se ha filtrado a través de rendijas luminosas y nos habla del amor, de la esperanza y de la lucha, sobre esta tierra, en este mundo, como parte de una especie, de una comunidad, de una familia más o menos tradicional o exótica, eso no viene al caso.

Que sí, que somos uno, pero somos débiles si nos quedamos en uno. Que no, que amucharse no quiere decir sumar fortalezas, sino esconder en forma cómplice nuestras debilidades y fortalezas. No tiene nada de malo ser débil. Lo jodido es esconderlo. No tiene nada de malo ser fuerte, lo jodido es que no tenga sentido.

Ahora escucho la letra chica que me susurra el cuerpo... es una voz bajita que me habla de un recinto sagrado, donde el afecto nos auna y nos hermana. Si escucho aún mejor, la vocecita me habla de cuidados milenarios, de la esperanza en las nuevas generaciones y del amor mutuo entre los que pelean las batallas y los que calman las heridas.

El individuo es una partícula alocada en un mar de presiones sociales calladas y lucrativas.
Los hermanos de espíritu son una nave empecinada en el mar.
Y aquellos que nos amamos somos los que navegamos hacia el infinito, y a la vez habitamos nuestra casa junto al mar. Siempre esperando que amanezca, nunca temiendo al día que sobreviene.