sábado, 25 de junio de 2011

Disertaciones de la piba Escalper: la fiesta.

Nos debemos a la fiesta,
al viejo ciclo de celebraciones
de nuestra especie
anterior
a la Organización de Eventos.

No es vanalidad.
No es vacuo
alimentar corazones ardientes
con el ritual vivo
de SER NOSOTROS.

Quizá
amedrentados como estamos
por el 'Manual del buen joder',
dejamos que la alegría se vacíe
en escenas guionadas
repeticiones disciplinadas
del supuesto descontrol.

Puede ser que
tristes de toda tristeza
por el duelo de los sueños lejanos
-entiéndase utopías-,
nos enredemos en lamentos.
Y no sepamos salir de ahí.
Alejando aún más
esos horizontes luminosos.

Ahora bien
en este poema académico
que bien podría usar levita,
se agita el pececito sin una aleta
que aspira a ganar los mares
-léase, Nemo.
Y con él, todas las cuestiones prácticas
y mínimas
e insignificantes del día a día
que
como una mano en puño
enseñan resistencia.

El sueño es lejano e imposible,
SI.
Pero en nuestras fiestas,
el sueño
se hace AHORA.
Y se abre al cambio.
Y vuela.

miércoles, 22 de junio de 2011

Nacimientos.

Nos resistimos a nacer.
Creés temerle a la muerte
pero básicamente
le rajás al nacimiento.

Todos los discursos todos
acerca de lo que nace
espléndido
radiante
poderoso.

Pero la realidad,
la que te da pavura,
es que todo lo que nace
nace sucio
pegajoso
confundido
vacilante
en necesidad de cuidado
o guía
o ala amable,
carnita tierna y lenta
frente a la sublime maquinaria predadora.

Por eso, encantados con las instancias de la muerte,
las repetimos,
convertimos los adioses en poema,
las ausencias en shou de tevé.
Las revivimos una y otra vez
contentados en el dolor conocido.
Y nos resistimos a nacer.

sábado, 18 de junio de 2011

Granero Molotov


Nos sentamos a la sombra de las instituciones para charlar de bueyes perdidos y de vacas encontradas (vale decir, vacas marcadas, genéticamente mejoradas, aprovechadas cada una de sus partes, en pocas palabras, desguazadas).
Vos, mocoso insolente de hablar altanero (pero altanero desde la altura de los sueños, que a esa edad es esperable y por eso lo festejo) te debatías entre celebrar el trazado productivo de nuestra tierra o hacer el debido luto a los fantasmas que dejó la vía férrea.
Pero ché, chiquitín, si lo estás diciendo... Hablás de fantasmas, verdá? ¿Qué fantasmas? Los muertos, muertos están. Lo perdido, perdido. Pero si hablás de fantasmas es que el lenguaje te traiciona y te dice que la muerte no ha ganado tanto.
Tu mirada bovina entendía que detrás del palabrerío y la risa de costado, había una puerta juguetona que se abre (en presente, porque siempre se abre) hacia la verdad y la irreverencia.
Vó dijiste fantasmas. Fuistes vos. Yo no.
Y le pegué una pitada al mate. Sentados todos a la sombra del sarmiento, cosechando las vides de manera artera.
Abriste la boca para quedarte callado. Una de las muchachitas que parecía entretenida exclusivamente en su telar pampa, sin despegar los ojos del hilo negro, te escupió.
Si son fantasmas todavía te persiguen, boló.
¿Qué nos persigue, m'ijito? Si tu tez es clara como del piamonte. Y tu nombre, moderno, como de serie de tevé.
Ahí me contestaste desde la altura luminosa del que abrió la puerta del sótano.
Es que cuando como un tomate leo el sueño migrante que no se trabajó. Cuando hago un asado en cruz, veo la carga mestiza de nuestra especie. Y se me llena la cabeza con el eco de palabras que nunca escuché pero quedaron grabadas en las calles, en las rutas y en el territorio informe más allá de esta pequeña enormidad urbana.
Profecías que se cumplieron -dice la que parece una pitonisa preparando empanadas.
Ajá.
Vos te encendés. Y dios sabe cómo me vuelvo a todas las religiones cuando veo semejante clase de milagro.
Claro. Orden y progreso. Paz y administración. La pampa regada con sangre de gaucho, el exterminio del indio piojoso. Gringo peligroso, judío y comunista. Salvaje unitario. Cipayo vendepatria. Descamisado y cabecita negra. Todas las etiquetas todas. Pero esto...
Y alzás un poco de polvo de la tierra, a la sombra del constructo político-legal llamado de mil maneras.
Esto... esto sigue igual.

Morir en el llano


Morí en el llano
Resistiendo ser cazado
Como ni un animal


Morí en aguas marinas
Peleando por una corona
Que ni siquiera pude ver de lejos


Morí tosiendo en el puerto
Almacenado como enseres domésticos
Justo antes de tener que arrastrar estas cadenas hasta la plaza


Morí en el rancho
De alguna enfermedad que me come vivo
Y que todavía no tiene nombre


Morí en algún lugar oscuro.
Ni yo me acuerdo de mí.


Morí en el norte árido
Caí de mi caballo, perdí al hombre que sigo
Pero aún así empuñé la lanza por la dignidad que bien conozco
Y por una libertad de la que me hablan pero jamás se ha cruzado conmigo.


Morí a la orilla del río, bajo cielos sureros
Víctima del metal que me atraviesa
Compañero del metal que llevo en la mano


Morí en la estepa marcada por los vientos
Habiendo entregado con esperanza mis armas
Fusilado por el ejército de un gobierno sicario mentiroso traidor


Morí en mi cama
Con los pulmones disueltos
Por la humedad del calabozo después de la huelga


Morí en algún lugar oscuro.
Ni yo me acuerdo de mí.


Morí en el camino polvoriento
Cuando el cuerpo no le encontró la vuelta
Y me vencieron las mellas del trabajo en la mina


Morí en la calle suburbana
Reventado a golpes por alguna banda sin nombre
Que iba tras mi mochila sin dinero
O tras mi militancia en una organización de base


Morí a la salida de un recital
Cortado por el sinsentido/golpeado por el alcohol
Volado del mundo por esta rebeldía ilusa que nos convierte en corderos


Morí en algún lugar oscuro.
Ni yo me acuerdo de mí.


Morí en un pasillo de hospital
Sin nombre sin causa sin diagnóstico
Pura espera sin reclamo, pero llena de silencio


Morí por mano propia
Cuando en soledad recorrí mi vida
Y entendí mi parte de acero en el entramado sangriento de esta tierra


Morí en algún lugar oscuro.
Ni yo me acuerdo de mí.

Señor Perfectito


No me hable de sus perfecciones y pruritos
ni enarbole su índice rector benevolente
que sé muy bien que detrás de cada ser pulcro
que no toca ni de coté el vicio que condena
hay una tierra umbría y yerma
donde también se pena.

viernes, 3 de junio de 2011

Turiruriruri turirurirú

Alejarnos.
No estoy muy segura de qué. Es más, hasta me parece que es estar más próxima, ávida de mi propia cercanía.
Pero lo importante es que la sensación comienza con la imagen de 'alejarnos'. Una música que rebosa de epifanías dolorosas (¿será que me aquerencié nomás a las pequeñas despedidas, las mínimas muertes o los intentos fallidos que jamás llegan a ser?).
Verdadera habitante de los umbrales.
Hermana de los goznes.
Parienta de las rendijas por donde se escapa y/o se invade, todo a un mismo tiempo.
Es en ese momento en el que la música cambia y se acerca a un vodevil de ceja alzada.
Carruseles donde la gente grande se calza medias rayadas y se pajea contra caballitos que suben y bajan.
Niña de cabellos negros que agita la sortija como para que parezca que algo tiene sentido. Después se la guarda y se raja a apretar con el hijo del calesitero. O con la hija, a esa edad las cosas no se distinguen muy bien. O bien, se distingue bien que las cosas no son tan diferentes.
Para cuando la música y los giros y las frotadas arrecian, irrumpe el circo de deformes y elixires mágicos. Cómo detener la calvicie del corazón tras cinco aplicaciones del ungüento anal.
Cómo eliminar las trombosis del habla con cuatro cucharadas al día de jarabe de mirlo.
Cómo erradicar la caries de la mirada bajo la sesión de hipnosis del maestro tibetano Te'lah Pongh.
Pero algo anda definitivamente mal en la empresita medicinal vodevilera.
La multitud pide a gritos y paga fortunas por ver la concha de la mujer barbuda que declama a gramshi encadenada a una ventana de celda, por tocarle las tetas a las siamesas unidas en la cadera que interpretan sublimemente una fusión de bukoski con chaikoski (algo así como el charco de vómito de las batarazas), por medirle la pija al enano más enano que tiene una perspectiva única del mundo, al tiempo que aparta al domador de elefantes, clamando porque el gigante forzudo se clave a alguna de las bestias trompudas, en una búsqueda de redención que sospechosamente se complace en la zoologiquización del deseo y del otro.
A estas alturas, la niña de cabellos negros corre a buscar al resto de la caravana gitana donde descansan tanto la pretoriana de metal como la mujer de dibujito japoné, la bruja de pueblo y la guerrera nórdica de cara cruzada por un filo.
'Hay gente más rara que nosotras', les dice blandiendo una paleta a medio comer.
La pretoriana se ríe de costado y usa su malhablar para responderle.
'Nah, pibita. Pasa que voh ya tas acostumbráa.'