miércoles, 13 de octubre de 2010

Dormidita en el papel

La venció el sueño. Acurrucadita en su cucurucho de papel, no logró encontrar el camino hacia la vida en forma de teta rezumante.
La sostuve un rato en las manos (manos hechas tacita) para ver si se movía. Sí, era inevitable, pero no la entregaría a la tremenda oscuridad si todavía tenía un poquito de conciencia.
Cuando el hociquito estuvo evidentemente seco y su cuerpito tieso, cerré el cucurucho de papel. Busqué la consabida cajita -cuántas veces papá y mamá hubieron de hacer eso- y sellé su descanso.
Pedacito de carne alguna vez vivo
vuelve a la cuna penumbrosa de la vida.

martes, 12 de octubre de 2010

La Tejedora regresa del exilio de sí misma.

Ella (o sea yo) lee...
"...pero... también sabe que la tejedora enlazó su suerte al mundo, y que con ello abrió una puerta para todos los que visitamos el otro lugar."
Y cierra el libro. Está de regreso justo después del vértigo. Qué miedito volver a perderse en la fuente de todos los potenciales del universo. Pero no. Tal como se dijo en ese cuento, hay una manera de no desaparecer detrás del ansia loca por lo imposible.
Enlazarse al mundo.
Con firmeza, incluso furia, ella había decidido dejar que su corazón fluyera sin importar la forma o el cuidado. Sin cuidarse de que al mirarla a la cara le leyeran el rostro.
Y qué importa, si esta es ella. Si no hay nada que pueda hacer para ser otra, ni nada que quiera hacer... a veces, sí, es cierto, se permite algunos desmanes de la fantasía... pero termina reconociendo que transformarse en ESO, sería ser NADIE más.
Qué importa que no haya una mirada validadora. Hay lazos compuestos de palabras, posteos, charlas mínimas, confesiones y miradas brillantes de alegría cuando entra en donde sea que entre (mmm también habrá de haber de las otras). La felicidad de la irreverencia, en un mundo de espaldas rindiendo pleitesía por miedo o por costmbre (válgame la diferencia).
Qué importa si lleva una vida al margen (aunque duela... nada, nada, nada bueno carece de precio): al margen de los marginales, no es lo suficientemente perdedora o víctima; al margen de los ganadores, no tiene todas las cartas y las que tiene las juega de manera caprichosa; al margen de los diferentes, no se viste tan raro ni anda detrás de lo que los demás dicen para luego hacer lo contrario; al margen de los normales, básicamente por las mismas razones (pero para luego hacer exactamente lo que los demás).
Qué importa que gente que apenas conoce la llame y la tiente al encuentro frío de la sociabilidad convenida para alejarse después (tal como está pautado). También y principalmente están ellos otros: ya no los compañeros imaginarios de sus mundos potencialmente concebidos, sino la gente que la quiere de cuerpo entero, de ojos negros achinados por la risa, y de ceño fruncido y hablar entre dientes cuando el enojo hará estragos. Los que le celebran las hebillitas color fucsia, las medias rayadas y las carteras infantiles en composé. Aquella pequeña que se ríe de puro gozo cuando la llama por su nuevo nombre (probablemente, el primer acto de magia del que se haya percatado).
La Tejedora está ACA. Mirándote. Revolviendo la tierra, buscando los nuevos resultados de lo real que se mueve y no cesa.
La perdida Nikka está ACA, abriendo puertas en lugares que no son estaciones pero sí son tan anónimos como ellas. Rechazando monedas -decía el poema- esperando ver. En la mugre más mugre nacerá lo mejor de la vida. Pero no tan así... digamos, en la mugre que se sabe mugre y se deja transformar en la mayor pudrición para luego ser  de nuevo vida. No el regocijo por ser mugre, o el escudo de ser mugre y por ende la víctima del universo. Ella sabe que todos estamos hechos de mierda. Y también de sol.
La aguda Scalper está ACA, con sus peinados de alto que parecen nido de carancho, sus comentarios-espada, sus payasadas de camisita de corte setentoso y la sonrisa cómplice de costado.
La pequeña Bruja está ACA, leyendo los símbolos de la sociedad, del alma y de la marencoche, preguntando o proponiendo...¿es por allá?.
Entonces ella, la primera ella (la que soy yo), sigue el consejo de una voz sabia que guió su tipear hace años.
Y regresa a construir su casa
en este mundo.

lunes, 11 de octubre de 2010

Los días buenos.

Como un pasaje difuso del recuerdo -recuerdo de lo porvenir, quizá en ello va lo incierto- algunas tardes me traen escenas de los días buenos.
El disparador es algo sencillo: el rumrúm lejano de la panamericana que pone en evidencia el silencio de mi cuadra; algún recorte particular de la luna que hace que tome conciencia de que es una bola flotando en los cielos, casi casi una fotografía de 2001 odisea del espacio; también la brisa en la piel, ese vientito fresco que dice 'el sol ha caído, viva el sol', y es el heraldo de noches potencialmente cerveceras bajo un fresno.
Es entonces que mientras desagoto el lavarropas, los días buenos me rodean con su simpleza arrobadora y me quedo congelada mirando la noche entrante, respirando el jardín con sus jazmines florecidos y los muchos insectos que habitan esa penumbra prometedora.
Los días buenos...
...la música tan fuerte que se escucha en el jardín; mientras pinto de rojo las puertas del galponcito vos cortás el pasto crecido y mantenés a raya a las raíces de bambú. De mañana cebamos mate, cambiamos el repertorio de música (sí, sí, ya sé que eso no te gusta mucho pero...). Una gata viene medio renga y le curo la patita. No almorzamos, no hay ganas, te vas con los pibes a hacer tus cosas y yo me quedo revolviendo símbolos del pasado. Cuando considero que el infinito ya me ha dicho demasiado, en el mismo tono ritual limpio el baño.
Regresás. Miramos la parrilla del patio (¿te parece?). Casi sin hablar se va armando la noche: los llamados, salidas a elegir el vino, quién trae qué cosa, el fuego (¡alejar la pintura y el aguarrás!), las ensaladas exóticas y la mixta pa la gente de pueblo. Otra vez la música, pero también con instrumentos. Los amigos que llegan, las mesas tendidas, los gestos milenarios de nuestra especie cuando se junta y celebra. El ruido, la risa, la confusión, la pasión por los temas que nos unen y las opiniones que nos hacen diversos. Luego la música. Luego la calma y el silencio mirando la noche.
El rito de la retirada explicitando la fiaca de partir, la renuencia a salir de ese recoveco de la vida que es como un río manso antes de que amanezca. Los dos solos. Los comentarios de la noche. Quizá el amor. Y siempre, el sueño. Lecho tibio, sábanas secadas al sol. Pasa el alba, llega el mediodía, y la vida sigue, sin demasiado pero jamás poco. Cuando se adentre la semana y el laburo arrecie, siguen la calma y los horarios sentidos (son como un mar que impide la tormenta).
Destellos de comidas sencillas, ruido a loza y agua, más amor, cansancio agotador del que se recupera en un silencio tibio. Pequeños espacios propios que no se habrán de renegar.
Esos son los días buenos.
-tejo en el telar del destino, sentada debajo del árbol del mundo, esperándolos-

domingo, 10 de octubre de 2010

Yo no me olvido

... de la noche que nunca se acaba, del sueño que no viene por la mente encendida, de la soledad que espera algo como si lo conociera pero es imposible ponerle nombre a eso ausente que sin embargo se siente que está al nacer...
No me olvido de la mirada lateral desde bondis, remises, autos amigos, trenes...ellos sonríen como en publicidad de quilmes y yo mirando en sombras, buscando caminos para reencontrar la sensación de ser con otros, tras un recuerdo extraviado donde entreveo la risa y dedos índices señalando horizontes a lo lejos, como diciendo... a por ellos, compañeros corsarios, extraño espacio de camaradas que no tiene lugar preciso en la memoria pero sí en mi cuerpo...
No me olvido de los rituales marionéticos que contemplé con ceja alzada y gesto de gatito sorprendido, ni de ese minué silencioso en que se convierte cada día cuando nada de lo que se hace lleva a alguna parte... girando en cajita musical danzándole a la nada, ni siquiera al presente porque la danza no es de este mundo sino de esos territorios congelados del deseo atado a una promesa distante y aleccionadora...
No me olvido de las cartas de fuego, las cartas de ensueño, las cartas de encanto y embrujo...cartas de promesa visceral y caliente, la llama de un deseo atado a la especie, el sentir común de la manada y el camino irresuelto del que se separa de ella solamente para volver UNO y ENTERO... pero eso es ahora, en ese entonces eran cartas a este tiempo, cartas para no olvidar que la identidad se cocina en lo oscuro, se revuelve brujerilmente con cucharas de madera, se deja levar, fermentar, macerar... todos los procedimientos de cocción del alma para ligarla al cuerpo y sus lazos reales, para arrancarla de las comarcas del frío donde nada nace y todo muere a la espera de ser apolíneamente bello...
No me olvido del frío. De su seducción mortal, de la famosa mismidad que combatí desde las letras y padecí en el cuerpo... ni de las marcas sobre este cuerpo real, el cuerpo de Karina, el que cobija y da sustento a todas las demás que somos por acá.
No me olvido del precio.
No me olvido del camino.
No me olvido de los compañeros quedados atrás, ni de los seres oscuros que a través del dolor corrieron los cortinados de la casa y de ese modo sin querer me enseñaron que la luz solar no me destruye.
Ahora, detrás del horizonte, detrás del alba, piso estas tierras del día con la memoria ardiente de la que salió de la noche oscura del alma caminando sola.

jueves, 7 de octubre de 2010

y más

La noche vacía, los tránsitos urbanos por las vías que siempre me traen a casa, las charlas extrañas con taxistas extraños que hablan de sus amores, de sus tantas cogidas, de su éxito imparable en la city y de su tremenda soledad día a día mientras se aproximan vertiginosamente a los 50.
Y más.
Los comportamientos erráticos, el abandono en las calles porteñas cuando solamente quedan los que huyen a casa o los que no la tienen, los colectivos vacíos, los colectivos que ya no pasarán.
Y más.
Los tránsitos conurbanos, el tequila barato, la admiración de los hombres jóvenes, el calor de cuando éramos otros y la música de los que somos ahora, el GPS que dice que nuestros amigos todavía habitan esta tierra, los lugares donde nos reconocen por anécdotas pasadas, la risa de un angel-duende cuando por teléfono le decimos nuestro nombre.
Y más.
El cuerpo que avanza, la furia que no se guarda, el cansancio que no embota, y el cuerpo que sigue mientras por la ventanilla pasan comercios, miserias, saltimbanquis, policías, putitas, ejecutivos en fuga, post-adolescentes fervorosos, mujeres que pactan, histéricos que se pavonean, costureras con cara de cielo y boquita de frutifru...
Y más.