viernes, 24 de febrero de 2012

Bovino!


El dolor nos iguala como parte de la especie. Es parte de la vida, su instrumento de enseñanza omnipresente que ningún país de Jauja puede realmente erradicar. El problema es la indiferencia ante el dolor -ante ese parámetro de lo igual que no necesita pasar la aplanadora sobre lo diverso. El problema son las utopías discursivas que buscan negarlo sin aceptarlo y sin tomarlo como un camino de acercamiento al otro diverso.
En todos los estratos sociales, tanto en los recovecos oscuros llenos de telarañas y mugre como en los balcones jardinados frente a un puerto reciclado a la moda, aparece ese depredador que se alimenta de nuestro sacrosanto miedo al dolor, de nuestra cobardía para enfrentar su condición de ineludible y de nuestra abulia para actuar a pesar de saberlo prácticamente inevitable.
Esos depredadores, en su avidez, prometen cuidarnos, se amparan en normas y en estrategias de comunicación, alimentan en nosotros todo lo que nos convierta en simple ganado.
Para escaparle al miedo al dolor, nos amuchamos silentemente. Viajamos como ganado, celebramos como ganado, nos divertimos como ganado, comemos como ganado, cogemos como ganado, votamos como ganado. Así, bovinamente, mansamente, confiados, queriendo no saber, rumiando promesas mal o bien intencionadas pero nacidas todas en esa aspiración a negar la tragedia de la vida, que es justamente lo que la hace heroica y bella.
Pero ella.
Ella.
Ella la vida, ella la madre-muerte.
Ella nos llama en un grito, con el único lenguaje que conoce.
A veces logra conmovernos por dos segundos de catarsis. Y tan luego volvemos a la senda del arriero tras pastos verdes o qué sé yo.
Pero ella es paciente y empecinada. Y con toda su crueldad nos va a arrinconar en un lugar luminoso y oscuro, para que la bestia despierte y reclame el imperio de su tierra con la humildad de los seres que se saben mortales y la grandeza de los mortales que se sobreponen al dolor.