¿Cuántas cosas voy a decir, cosas que hubiera guardado para mí, ya sea por pudor o por cargo de conciencia?
Es una verdad de perogrullo declarar que hay experiencias que te hacen tomar conciencia de la finitud y que luego, zas!, salís como loca por ahí a disfrutar de lo finito antes de que por ahí se corte el hilo.
Miro mis piernas. Me gustan mis piernas. Me pongo pollera corta y zapatos de taco chino negro, y el resto de mi atuendo es un homenaje a Frida. Bah, es un homenaje a mí, a mis ojos negros delineados, a mis cejas espesas, a mi cabello negro recogido en trenzas y elevado a su enésima potencia, que viene a ser el volcán de rulos cayendo desde mi coronilla.
Esta soy yo.
Respondo a varios nombres, pero nunca tan feliz como cuando respondo al de Batata.
Entro a la casa de mis padres, la vieja y maltratada Maison Escalper, y ella me mira entre la sorpresa y el asombro. Qué verá, qué estará viendo.
Viene toda vestidita de fucsia, y desfila para mí, y juega con mis aros y finalmente se deja poner la vincha rosada. Le pongo el espejo delante y le revuelvo los bucles. Y ella se ilumina con la certeza de ser hermosa y amada y celebrada.
Esta soy yo.
Me rodean mujeres que dan vida.
Ojalá pueda acompañarlas con mi luz.
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