domingo, 16 de mayo de 2010

Acurrucada

Acurrucada en los rincones de la vida, a veces la esperanza parece disolverse en nadas.
Pero no es así.
Se disuelven las configuraciones momentáneas de la esperanza, para que podamos dotar de esa luz iridiscente a las menos pensadas de las formas de esta tierra.

Cuando el mundo se vuelve fusta, cuando la propia mente y el propio deseo son el látigo de un tirano desconocido -o pretendidamente desconocido- vuelvo al pequeñito lugar del nacimiento: yo misma.

Yo misma mi corazón y lo que buenamente siento. Yo misma y aquellos seres que atesoro entre mis afectos y he vuelto entrañables, parte de mí, dolores y goces de mi propio cuerpo.

Acurrucada en este minúsculo rincón en sombras después de la caricia salvadora, y de la palabra franca reconstructora de mundos, después de mi propio arrojo frente al vacío de lo que siento... Aquerenciada a este lugar sin nombre que sin embargo no me ata al pasado, me pongo de pie, camino hacia la terraza nocturna sobre la ciudad siempre desvelada y enciendo esta pequeña tea, la luz balsámica sobre las heridas de los que están solos y sin embargo, hacen y esperan.

No podré prometerte los órdenes convenidos... de todos modos, ni el orden ni la conveniencia pueden iluminar los caminos por los que de aquí en más me adentro. Oh, no, no es rebeldía ni extravagancia. Es solamente seguir la senda de lo que siento cierto.

1 comentario:

  1. Ese segundo párrafo es exquisito. Fusta, látigo, lugar pequeñito. ¡Qué delicia tu fuero interno!

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