miércoles, 10 de noviembre de 2010

Orillera...


Por fin puedo verte de frente y reconocerme hija del mar y de la noche. De pie junto al eterno roar, con el viejo viento en la cara sacándole humedad a mi nariz, miro hacia lo profundo y descubro un espejo.
Por vez primera puedo alimentarme de tu motor eterno, y puedo saborear la sangre de marinos aventureros que te recorrieron con ansia y locura.
Sola, con los pies semienterrados en arena espesa. Las raíces que me engarzan a la tierra.
A mis espaldas, los seres entrañables de este mundo, que conforman la red vital que me anuda a esta versión mejorada de mí misma.
Detrás, las luces amarillas de los pueblos costeros.
Mucho más allá, las luminarias del muelle, y la promesa de más ciudades y caminos, y barcos y micros, y ruidos y canciones.
La alegría recorre la playa. La música es punk y gitana. Nuestros cuerpos bailan.
Golpeo con un talón la faz de la tierra.
Y marco los límites de mi humilde casa.

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