domingo, 10 de octubre de 2010

Yo no me olvido

... de la noche que nunca se acaba, del sueño que no viene por la mente encendida, de la soledad que espera algo como si lo conociera pero es imposible ponerle nombre a eso ausente que sin embargo se siente que está al nacer...
No me olvido de la mirada lateral desde bondis, remises, autos amigos, trenes...ellos sonríen como en publicidad de quilmes y yo mirando en sombras, buscando caminos para reencontrar la sensación de ser con otros, tras un recuerdo extraviado donde entreveo la risa y dedos índices señalando horizontes a lo lejos, como diciendo... a por ellos, compañeros corsarios, extraño espacio de camaradas que no tiene lugar preciso en la memoria pero sí en mi cuerpo...
No me olvido de los rituales marionéticos que contemplé con ceja alzada y gesto de gatito sorprendido, ni de ese minué silencioso en que se convierte cada día cuando nada de lo que se hace lleva a alguna parte... girando en cajita musical danzándole a la nada, ni siquiera al presente porque la danza no es de este mundo sino de esos territorios congelados del deseo atado a una promesa distante y aleccionadora...
No me olvido de las cartas de fuego, las cartas de ensueño, las cartas de encanto y embrujo...cartas de promesa visceral y caliente, la llama de un deseo atado a la especie, el sentir común de la manada y el camino irresuelto del que se separa de ella solamente para volver UNO y ENTERO... pero eso es ahora, en ese entonces eran cartas a este tiempo, cartas para no olvidar que la identidad se cocina en lo oscuro, se revuelve brujerilmente con cucharas de madera, se deja levar, fermentar, macerar... todos los procedimientos de cocción del alma para ligarla al cuerpo y sus lazos reales, para arrancarla de las comarcas del frío donde nada nace y todo muere a la espera de ser apolíneamente bello...
No me olvido del frío. De su seducción mortal, de la famosa mismidad que combatí desde las letras y padecí en el cuerpo... ni de las marcas sobre este cuerpo real, el cuerpo de Karina, el que cobija y da sustento a todas las demás que somos por acá.
No me olvido del precio.
No me olvido del camino.
No me olvido de los compañeros quedados atrás, ni de los seres oscuros que a través del dolor corrieron los cortinados de la casa y de ese modo sin querer me enseñaron que la luz solar no me destruye.
Ahora, detrás del horizonte, detrás del alba, piso estas tierras del día con la memoria ardiente de la que salió de la noche oscura del alma caminando sola.

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