miércoles, 19 de octubre de 2011

La devoradora.


Es una mujer hermosa. Al margen del diseño mercantilizado del cuerpo. O de los antiguos diseños rituales. Su carne encarna la maravilla de la resistencia. Marca sobre marca, su piel es el mapa de todas las cacerías y batallas. Andar desandado, cantar rasposo, mirar de costado.
Esta mujer hermosa ríe como cualquier entidad del infierno.
Pero no.
Se filtra entre biblias y calefones. Entre artículos de toilette y cremas para las erecciones. Entre controles remotos y libros conseguidos en las demoliciones.
Su sombra se desparrama por las paredes y cielos rasos como una cría impredecible e inquieta. Hermosa de toda hermosura, puede asomar su mano de uñas largas y marrones por debajo de tus sábanas. Por detrás de tu almohada. O rasquetear incansablemente las puertas corredizas de tus placares hasta que Pompón despierte y maulle su cantata lunar y dormir sea imposible.
Su hermosura repta onduladamente sobre rastros de humedades insondables que manchan la alfombra y queman el piso flotante de roble de eslavonia. Sedas, oropeles, cascabeles y colecciones completas de la taschen, todo mancillado por la arcilla degenerativa de su tacto gomoso (ella, tan hermosa).
Y también en cacerolas y cocinas económicas. En planchas de lavar, en planchas de asar, y en las planchas de simplecitamente planchar. Todos los enseres domésticos tienen su toque medular de hermosura gracias a ella, aunque más especialmente las batidoras y todo lo que así asemeje al órgano prescindido y, por ende, ya remplazado.
Las ventanas. Las ventanas semiopacas donde se refleja para limpiarse los dientes cubiertos de podredumbre y metal que son su orgullo. Los postigos que se cierran a su paso y la risa desbordada entretejida en cánticos y letanías. Su llamada persistente en cada puerta de cada casa de cada cuadra de cada barrio cada noche de cada invierno de cada año bisiesto en que llovió el 29 de febrero (su hermosa pasión por las disimetrías).
Es que ella es una mujer hermosa. Más allá, a través y por gracia de, vive entera detrás de tu espalda, en el rabo cortón de tu ojo y al límite justo de lo que sos capaz de escuchar.
Ella te toca. Se complace en tu inconciencia. Te mete dedos, te mete lengua, te metería una pija si tuviera. Te llena la boca y te sofoca en sueños, por eso despertás con ese regusto aconchado entre los labios y decidís cambiar el cepillo de dientes u omitir los enlatados a la hora de cenar.
Ella te roba prendas usadas y se regodea en sus olores rancios. Deja que crezcan todos los hongos y que se lluevan las paredes, que se tejan las telarañas y que ácaros y hematófagos te saltimbanqueen a la buena hora del descanso.
Ella te habla por sobre el hombro, te chupetea la nuca y te llena de mocos el cabello. Roba recortecitos de vello púbico y las colillas que acabás de descartar. Bebe de tu mismo vaso, de tu mismo lado, para inundarte con todos sus secretos que te empecinás en olvidar.
Ella.
Abre la boca.
Hermosa cara dentro de la vasija del inodoro.
Y te reclama toda tu mierda, mientras inocentemente creés que sos vos el que decide cagar.

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