sábado, 26 de noviembre de 2011

50 palabras para decir nada

Tratado acerca de tu silencio.
De tu escamado hablar, movimiento serpentino de la lengua que, a pesar de su ofídico afán, no tiene los dobleces que gustarías: te delatás en cada circunvolución de la palabra /sin corazón que te acuse con su ventrículo encendido y la furiosa sucesión de sístoles y diástoles forzando confesiones/
Es que para confesar ante juez, cura o analista hay que creer en algo parecido a una instancia superior -eso te aterra, todo tu viperino decir es evasión y encubrimiento de que hay algo y lo sabés pero no te creés digno o a la altura. Por otro lado, para confesar también hace falta saber qué -a menos que en un instante de iluminación intramundana caigas de rodillas pegándote en el pecho asumiendo culpas por puta vez en tu vida, ese instante preciso y fundamental para empezar a reconocer que las culpas no existen y que el único ser que te acusó con un dedo fuiste vos.
Pero allí vas. Disfrazándote en palabras de sexo lateral y misterio, tejiendo una promesa que sabés falaz, un velo sobre el precipicio de tu pequeñez negada. Terror a no estar en el centro de mi mirada, ¿verdad?
Terror a no existir, a perderte en el mar de los cambios en silencio.
Terror a mirarte en espejos sobre los cuales no puedas ejercer tu seducción ritualizada. El exitoso acto de escapismo, mini-houdini del ser.
Tu silencio vestido de lenguaje es una elegante combi trucha hacia ningún lugar.

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