Tratado acerca de tu silencio.
De tu escamado hablar, movimiento serpentino de la lengua que, a pesar de su ofídico afán, no tiene los dobleces que gustarías: te delatás en cada circunvolución de la palabra /sin corazón que te acuse con su ventrículo encendido y la furiosa sucesión de sístoles y diástoles forzando confesiones/
Es que para confesar ante juez, cura o analista hay que creer en algo parecido a una instancia superior -eso te aterra, todo tu viperino decir es evasión y encubrimiento de que hay algo y lo sabés pero no te creés digno o a la altura. Por otro lado, para confesar también hace falta saber qué -a menos que en un instante de iluminación intramundana caigas de rodillas pegándote en el pecho asumiendo culpas por puta vez en tu vida, ese instante preciso y fundamental para empezar a reconocer que las culpas no existen y que el único ser que te acusó con un dedo fuiste vos.
Pero allí vas. Disfrazándote en palabras de sexo lateral y misterio, tejiendo una promesa que sabés falaz, un velo sobre el precipicio de tu pequeñez negada. Terror a no estar en el centro de mi mirada, ¿verdad?
Terror a no existir, a perderte en el mar de los cambios en silencio.
Terror a mirarte en espejos sobre los cuales no puedas ejercer tu seducción ritualizada. El exitoso acto de escapismo, mini-houdini del ser.
Tu silencio vestido de lenguaje es una elegante combi trucha hacia ningún lugar.
uy, todo mal con el chabón
ResponderBorrarPero... si me inspiré en mi maestra de cuarto grado...
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