viernes, 3 de junio de 2011

Turiruriruri turirurirú

Alejarnos.
No estoy muy segura de qué. Es más, hasta me parece que es estar más próxima, ávida de mi propia cercanía.
Pero lo importante es que la sensación comienza con la imagen de 'alejarnos'. Una música que rebosa de epifanías dolorosas (¿será que me aquerencié nomás a las pequeñas despedidas, las mínimas muertes o los intentos fallidos que jamás llegan a ser?).
Verdadera habitante de los umbrales.
Hermana de los goznes.
Parienta de las rendijas por donde se escapa y/o se invade, todo a un mismo tiempo.
Es en ese momento en el que la música cambia y se acerca a un vodevil de ceja alzada.
Carruseles donde la gente grande se calza medias rayadas y se pajea contra caballitos que suben y bajan.
Niña de cabellos negros que agita la sortija como para que parezca que algo tiene sentido. Después se la guarda y se raja a apretar con el hijo del calesitero. O con la hija, a esa edad las cosas no se distinguen muy bien. O bien, se distingue bien que las cosas no son tan diferentes.
Para cuando la música y los giros y las frotadas arrecian, irrumpe el circo de deformes y elixires mágicos. Cómo detener la calvicie del corazón tras cinco aplicaciones del ungüento anal.
Cómo eliminar las trombosis del habla con cuatro cucharadas al día de jarabe de mirlo.
Cómo erradicar la caries de la mirada bajo la sesión de hipnosis del maestro tibetano Te'lah Pongh.
Pero algo anda definitivamente mal en la empresita medicinal vodevilera.
La multitud pide a gritos y paga fortunas por ver la concha de la mujer barbuda que declama a gramshi encadenada a una ventana de celda, por tocarle las tetas a las siamesas unidas en la cadera que interpretan sublimemente una fusión de bukoski con chaikoski (algo así como el charco de vómito de las batarazas), por medirle la pija al enano más enano que tiene una perspectiva única del mundo, al tiempo que aparta al domador de elefantes, clamando porque el gigante forzudo se clave a alguna de las bestias trompudas, en una búsqueda de redención que sospechosamente se complace en la zoologiquización del deseo y del otro.
A estas alturas, la niña de cabellos negros corre a buscar al resto de la caravana gitana donde descansan tanto la pretoriana de metal como la mujer de dibujito japoné, la bruja de pueblo y la guerrera nórdica de cara cruzada por un filo.
'Hay gente más rara que nosotras', les dice blandiendo una paleta a medio comer.
La pretoriana se ríe de costado y usa su malhablar para responderle.
'Nah, pibita. Pasa que voh ya tas acostumbráa.'

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