jueves, 21 de julio de 2011

Arqueología del ser I

Arqueología del Ser I.

Una de las formas que toma el depredador interno es La Madrastra.
Su imagen dinsneyiana llega a nosotros plena de temor y erotismo. Un erotismo nacido en los símbolos tras los cuales ella oculta su naturaleza, y mediante los cuales domina las apariencias y el deseo de las personas.
Como en toda lógica de AMO y siervo, depende de su propio reflejo en forma enfermiza. 'Espejito espejito'. O de ocupar exactamente el espacio determinado por el deseo del otro. 'Hacé fuerza, ese puto zapatito de cristal TE TIENE QUE ENTRAR'. Una suerte de tampón que se complace solamente cuando el otro -o uno mismo- tiene tremenda e insaciable la carencia (que es allí donde depreda, La Madrastra).
Además, pobre La Madrastra. El tiempo ha pasado y se niega a crecer -es una más de esos habitantes de los aspectos pétreos, congelados del ser, que no aceptan ni saben surfear los cambios de la vida- .
Lejos de permanecer niña (ya que esto requiere de estar siempre en el costado del nacimiento y acompañar los sucesivos ciclos de la existencia), se osifica en un rictus antinatural y deformante, como uno de esos árboles llenos de nudos. Pero a diferencia de ese noble transcurrir vegetal y milenario, ella no aprende. No es la Vieja Sabia, ni la Bruja Poderosa (ambas más allá de lo que piense el mundo acerca de ellas). La Madrastra cree que la vida ha sido injusta con ella y que por eso tiene derecho a todo. Casi sin darse cuenta, traiciona esa creencia al conseguir ese todo mediante la ocultación y la alucinación. No tolera verse sin sus propios mecanismos de engaño. De hecho, ni siquiera se reconoce sin esos mecanismos.
Ahora bien, dijimos que es una de las formas del depredador interno. Pero... ¿cuál es su presa?
La frescura. Todas aquellas personas o aspectos de su propia personalidad que brotan como primavera, seguros de sí mismos y sin afeites ni camuflages negadores de lo que son.
Nada peor para La Madrastra que Blancanieves, quien es capaz de conmover al asesino sin decir palabra, hacerlo desistir de su oscuro designio, apenas y solamente por ser quien es y por mirar como mira. La carne tierna, que es capaz de convocar al amor de los seres subterráneos y procurarles cuidado maternal sin reclamo de posesión. Blanca crece al margen de las prácticas cortesanas, de su minués y velos que se corren, joven carne blanca en los bosques de la vida.
¿Y qué hace La Madrastra?
Primero se llena de furia, casi incrédula de que la carne tierna consiga sin esfuerzo lo que ella logra al límite de sus fuerzas de creación y dominio. Luego se pone práctica.
Se acerca a esa luz de la manera en que sabe que esa luz responde (conmoviéndola desde la protección y la debilidad), cuando se disfraza de pobre anciana que vende manzanas y da consejos. En algunas versiones menores, Las Hermanastras, tratan de imitar a la joven de carne tierna a quien desprecian. Apropiarse de su simple don y de su pequeña luz entre cenizas. Le usan las ropas, pensando que la belleza está en las formas superficiales, sin entender que hay algo que le da vida a cualquier tela, joya o maquillaje. Y que lo demás es, al decir de Benjamin (creo!), sólo 'un cadáver colorido'.
Los cuentos de hadas (adaptaciones infantiles de antiguas leyendas acerca del espíritu humano) dicen que finalmente la carne blanca y tierna logra encontrar su príncipe, que la rescata.
Para el alivio de las feministas, el príncipe representa el principio de la acción. Cuando la carne blanca y tierna decide salir de su propia tumba o ensueño. Y vivir su vida en autenticidad, Reina Coronada (pero de sí misma y de sus comarcas). Y guerrera, con su espada marcándole el territorio a todas Las Madrastras.

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