sábado, 2 de julio de 2011

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Palabras de una mujer sola.
Metáforas para dejar en claro su trayectoria irregular, proyectil atirabuzonado (tomo de mi lengua hermana el hábito empírico de conjugar toda clase de palabra, recombinar sintagmas atravesando paradigmas del buen decir, siempre tras la precisión medida en torno a algo que no se dice pero se triangula, oh, pueblo navegante) lanzado hacia los no sé dónde, pero bien consciente del ya te lo dije y del más te vale que.
Los umbrales del dolor y del espanto siguen ahí. Como todos los umbrales.
Pero una mujer sola los camina, los trasciende, los penetra, los incluye en su real anatomía (real como cuando nos dejamos de joder con las multiplicidades del sentido y las veleidades de los negadores de la piedra y aceptamos la carne carnita doliente y nacedora que somos) y se constituye psicopompa de jabón mientras una niña abrepuertas sopla mundos a través de ojalillos de metal.
Mujer sola, despoblada de los rituales del amor, incide en el espacio donde el amor se desguiona, se hace magma incontrolable  y por eso duele.
Hasta que no más.
Sola. Descubre el umbral del dolor sordo que acompaña y da identidad y da coraje fuerza agudeza perseverancia inefable alegría amor irreverencia luz sombra noche furia fragor y gracia.
El dolor de los dioses cuando se reconocen enteros.
El dolor de los hombres cuando se reconocen dioses abandonados.
El dolor de la mujer cuando se reconoce mujer y con ello, fundadora de la tierra.
Esta tierra.
Este mundo al margen de decálogos y decamerones. Muy adentro de la sabiduría de la vida (esa sutil inteligencia que religa lo concreto).

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