martes, 19 de julio de 2011

Exotérica II

En un segundo cae la compleja arquitectura de naipes que me disfraza.
La gitana los vuelve a barajar y los esparce en forma de acordeón rumano.
A estas alturas sabemos que no escribo ficción otra que la que reflejan mi cuerpo y mis días.
La Emperatriz es la carta de la noche.
Divina trinidad que materializa el mundo, voluntad femenina de la manifestación.
Hace cuatro noches que me visitan, arcanos.
Hierofante.
Loco.
Mago.
Y hoy, la Mujer Dorada que preludia los trigales y lleva la corona del tiempo.
Me habla de dejar ser. Si cierro los ojos, me muestra ríos que nacen en desiertos, vertientes imposibles donde los seres encuentran sustento e impulso vital.
Si no cierro los ojos, lo visible se radiografía y relucen relámpagos subterráneos, terremotos dionisíacos que descascaran los hábitos del transcurrir.
Debajo del mundo, sigue el mundo.
El Loco me grita que aliviane la carga porque los ríos bajan demasiado rápido y nací para acompañar la corriente que no cesa. Desde lejos parece que abro puertas, pero no. Voy montada a la ola mínima que mueve las eras.
El Mago despeja la mesa y emplaza los artilugios del engaño. Sé que vos sabés que yo sé que sabés usarlos, parece decirme. ¿Y entonces? ¿Por qué detenida en este juego de pocos si...?
El Hierofante llama a cada cosa a su lugar. Inaugura oficialmente el buen camino.
Pronto habrán de llegar otros... el ermitaño, la Papisa. Aquellos que con su luz interna caminan la Noche Oscura del Alma.
Pero no esta noche.
La Emperatriz calla con la esfera en su cetro. Florece su vestido con las granadas de Perséfone y el inframundo, ya que todos los aspectos terrenos son de su dominio. La voluntad se le hace nido de fuego en el ombligo que la une a lo infinito.
Un látigo me atraviesa desde el sexo a la coronilla. Porque sí, soy sexo también.
Pero mi tierra sembrada es un maizal virgen que me acaricia.
Mujer entera.

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