martes, 19 de julio de 2011

mambl rambl chú

sentrecort....saje...abemos porq...
(breve brevísimo corto y pequeño, el amor levantó vuelo y estalló en palmera artificial sobre playas de plástico)
Ahí estás. Marioneta del día. Manitas atadas con piolín a la nada.
Latís como cuadrúpedo asustado. Pero sin sus pelotas, o bien, sin las ubres rebosantes de la vida.
-esto será un nuevo mambl rambl o qué-
swishhhh....asi cas.... entien...ada...
Crípticamente, como salida de una tumba milenaria con el lenguaje renacido entre los dientes.
La Sala de Egiptología del Museo de La Plata.
Esfinge, Faraona y Sarcófaga (extraños tus apetitos).
Entonces te lamentás de tu corona. Y de todos tus oropieles.
Pero son el camisoncito débil que decidís ponerte para no dejar brecha posible a la realidad.
(nos sentamos a matear apoyando el traste en piedras de telgopor que huelen a pintura metalizada)
Te quejás del minué, aborrecés las jerarquías. Solamente porque le tenés pavura a ser nadie desde sus ojos.
Pero qué mantequita, che.

Me desarmo en escarabajos de ónix. Esa es manera digna de perder la figura.
Mis labios débiles, mis ojos intensos, la suavidad cachetona de mi cara, mis pechos blancos y mínimos, mis huesos fuertes de venida del norte.
Todo deja de ser mío para infiltrarse entre las hojas podridas, el agua que cae y el agua que corre, el barro y la baldosa rota.
Escarabajeada, insectificada, vuelta al reino eterno de lo que no tiene conciencia de MI, y corre pulsado por un sí mismo indiviso y contradictorio.
De regreso a la cuna bulliente de la vida, el descanso es una de las formas menos quietas del estar.

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