domingo, 10 de julio de 2011

Caravana 2.

El corazón de la ciudad se abrió como una granada y su sabor ácido, rasposo y dulce nos guió bajo la noche amarilla.
Gente, montones de gente en murmullo ensordecedor y masticación implacable, cubiertos pelados sin mantel, meseros sin minué y una masa dorada bajo el astro mayor, que porta la corona de los frutos de la tierra (vemos como lo universal nos atraviesa, coordenadas multidimensionales tensadas para que explote lo indecible).
Atravesamos entonces el umbral de la cordialidad cobarde. Entramos en el terreno del te digo lo que pienso. Y me enojo, me hiervo, me aplaco (hacés tus movimientos surfer sobre el oleaje de mi furia), expongo mi odio milenario ante las prácticas sectarias y entendés entonces lo cierto que hay en el llamarme ácrata de rioba.
Vadeamos otras aguas, en busca de la intensidad keniata o colombiana que invite al día. Pero no. Lo que se dice keniana tiene el aguado gusto de las multinacionales, mientras noto con incomodidad que los hombres me miran los aros y probablemente el peinado diesel punk. Vos desparramado en un sillón, no te dejás llevar por pequeñeces y contemplás de frente cómo se entrelazan nuestros claroscuros sobre la mesita ratona del bar.
Sin obvia intención hacemos la lista larga de las razones que a pesar del tiempo nos convocan. Cómo, a diferente distancia y en dispar relación con los aspectos pétreos de la existencia, tiene sentido habernos cruzado y de allí en más seguir tejidos en forma imposible de explicar convencionalmente.
Vos, con tu avidez predictiva que calme el pánico ante lo desconocido.
Yo, con mi puño alzado que procura rajarle a las condenas de este mundo. Que no son las cosas que ya sabemos que pasarán (la muerte, ponele), sino la promesa obtusa de que si somos de tal o cual manera seremos recompensados.
Me llamás rebelde cuando desarmo pieza a pieza los mecanismos de tu creencia. Que son básicamente los mismos que los de la mía, nada más que mi creencia se basa justamente en esos mecanismos (esa pasión por tener la última palabra jodedora e inconcluyente, entre burlona y cejialzada).
Me llamo al silencio cuando reconozco que es eso, y nada más que eso, lo que queda por decir.
Reiniciamos la marcha por calles a punto de ver el día.
La despedida es rápida porque se me va el colectivo.
Vos te quedás mirando desde la vereda y hago payasadas a través de la ventana del bondi. Te doblás de risa.
Y sí. En camino a territorios conurbanos, se abre ante nosotros el umbral de lo entrañable.

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