viernes, 23 de septiembre de 2011

Invocaciones II

Te llamo.
Desde todos los siglos te llamo.
Te llamo ésta que soy ahora construida con escombro y tierra nueva vieja vieja o más vieja que las catedrales -pero y hasta por eso, más humana.
No puedo gritar ni cantar ni susurrar tu nombre porque este llamado es a lo inaudito. No sabría cómo predicarte.
Aprendedora de los recovecos del lenguaje, así como de sus revocaciones, lo indecible me acuna. Incluso me ampara.
Y así te llamo: cuerpo prometido, materia ordenando el universo cercano, visión de los atardeceres en campos labrados o ciudades enteras que se mueven de regreso a una casa originaria digamos mítica pero real.
Cuando los dioses se ponen a revolver la sopa te llamo.
Donde ángeles y arcángeles dan vuelta las medias para zurcirlas te llamo.
Porque las divinidades ctónicas reclaman un asadito bajo el sol del mediodía te llamo.
Y no sé si vendrás y eso no importa.
Me basta saber la invocación volando en el aire dibujando mis gestos habilitando pequeñas puertas de servicio para saber y no saber hacer y no hacer decir que sí decir que no.
Me es suficiente encontrarme en el espejo de mis ojos tipeando entre mocos este llamado poetizado que apenas logra vestir dignamente el llamado más de tripas que lo enuncia donde vale lo simple y llano y también lo complejo y revuelto porque de todo eso está hecha la vida o al menos lo que podemos conocer de ella.
Y a lo lejos y tan cerca tiene sentido llamarte porque alguna vez escucharás o sentirás la misma ausencia y buscarás encarnar esa falta -héroe de calle de barro o adoquín impío- nacido en esa tierra de nadas que solamente habitan los que no matan la memoria según los registros oficiales.
Y verás -si es que ya no estás viendo- lo dorado brotar cuando los cuerpos hacen la alegría, lo azul danzar cuando los cuerpos escudriñan la materia y revierten los mapeados en pos de esa alegría, lo rojo brillar cuando los cuerpos se unen para perpetuar esa alegría pero todo mansamente, sin grandes fastos ni el nefasto pisotear marcial de las utopías convenidas.
Verás, dijimos, que el u topos es más poderoso cuando es sencillamente topos en camino hacia el u. Y no reniega de su semilla ni de su vieja raíz. Porque es todo ello lo que lo lleva nomás a levantar su copa caducifolia hacia el sol.
Y de vuelta en este hogar minúsculo de mí misma y mi llamado, no te nombro, abriendo la posibilidad de la presencia impensada, la llegada sin anuncio ni panfleto, caminando al borde del precipicio con tu atado de potencias al hombro y un perro fiel ladrando al paso del peligro.
Te llamo mediante el deconstructo caótico y coherente que hice de mí misma habiéndome en principio profetizado y luego herejizado los libros sagrados de mi propia redención mítica.
Te llamo desde donde llamé niña y nadie vino.
Te llamo desde donde llamé joven y nadie vino.
Te llamo desde donde llamé mujer. Y vine yo.
Porque a partir de eso supe que es posible. Empecinada, te llamo.

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