martes, 27 de septiembre de 2011

Meditaciones con los pies en la palangana.


La vida es dura y uno saca callo. La vida es dulce y uno se vuelve insulino resistente. O sea, podólogos y endocrinólogos en pos de una normalidad de lo más parecida a la muerte.
Y uno que se queja: el agua está muy caliente, el jabón no espuma, el callo no ablanda, el garlopín se desafila, la noche pasa y mañana me tengo que levantar temprano.
Y sin embargo, ese listado de tragedias insalvables es el que me lleva, a propósito o sin él, a amanecer.

Decime qué te pica.
¿Un bicho atroz instalado en los intersticios de tu ego?
¿Una sombra falaz acorralada entre tu 'yo debo' y tu 'pero yo soy'?
¿Un grano de pimienta en un supositorio de fabricación hogareña, destinado a oscuros placeres resumidos en un frenético 'sacamelósacamelósacameló'?
¿Un forúnculo en la zona del asiento, que te impide quedarte quieto en los lugares de trabajo, o de viaje, o de tranquilo esparcimiento?
¿Una pústula en punta de la poronga, lo que te provoca dudas a la hora de mostrarla en esquinas y baldíos?
¿Un piquete en la avenida de la autocrítica?
¿Una avispa en la cortada de la pasión?
¿Una picana en el rabillo del ojo para que dejes de mirar a los costados de la zanahoria, burrito domado?
Yo no sé. A mi me pica todo el cuerpo, en una sarna que me llama a andar. Sarcoptes rebeldes y exogámicos (yo ahora uno con ellos) buscamos compañero para una rascada feroz.

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